A mi el béisbol me daba igual, pero me llevé una gran sorpresa cuando llegué al estadio y me di cuenta de que estaba lleno de gente hasta donde me alcanzaba la vista. Me recordaron a un montón de granos de arroz pegados los unos a los otros. Le pregunté a mi padre cuánta gente podía haber allí dentro y él me contestó que cuando estaba completamente lleno cabían hasta 50.000 personas. Después del partido, el camino que llevaba a la estación estaba casi colapsado por el gentío. Esa imagen se me quedó grabada. Sin embargo, toda esa gente a mi alrededor apenas era parte del total de habitantes de Japón. Nada más volver a casa, cogí una calculadora para sacar el porcentaje. En clase de sociales nos habían dicho que la población de Japón era de ciento y pico millones. Si comparaba cien millones con los cincuenta mil del estado me salía un porcentaje de 2.000 a uno. Me quedé helada. En aquel mar de gente, yo era sólo una persona más, pero es que comparada con la población del país, apenas era una gota de agua en el océano. Hasta este momento, yo siempre me había considerado una persona especial. Me encantaba estar con mi familia y creía que mis compañeros de clase eran las personas más interesantes del mundo, pero me di cuenta de que no era así. Lo que ocurría en mi clase y que a mí me parecía lo mejor del mundo era lo mismo que pasaba en otras clases. Cualquier otro japonés lo habría encontrado normal.
Cuando fui consciente de la realidad, fue como si todo mi entorno se hubiera vuelto de color gris. Lavarse los dientes antes de irse a dormir, desayunar después de levantarse. Todo el mundo hacía lo mismo todos los días y me empecé a aburrir. Sin embargo, ya que había tanta gente en el mundo, por fuerza tenía que haber alguien con una vida interesante. Estaba convencida. Pero, ¿por qué no era yo esa personas? Estuve obsesionada con esa idea hasta que empecé la secundaria. Entretanto, hice un descubrimiento: nunca pasa nada divertido si te limitas a esperar sentado a que pase. Por eso decidí ser una persona distinta en secundaria. Iba a demostrar al mundo que yo no era como los demás, que no me conformaba con sentarme a esperar. Durante esos tres años, hice lo que me dio la gana, pero nunca ocurrió nada digno de mención. Antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba en bachillerato. Pensaba que al menos algo habría cambiado hasta este momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario