Noviembre. Mes frío y lluvioso. Especialmente en Vigo, donde llueve todos los días. Ese día tambien llovió. Hace un mes también llovió. El suelo estaba mojado. El agua caía a chaparrones. Ese día, ese día que tú no estabas. Desapareciste. Una noche a finales de Octubre la pesadilla empezó y duró dos días. Ahora que lo he asumido, ahora que la pesadilla es real, me doy cuenta. No te olvidaré, papá, no te olvidaré nunca. Y aunque aún no haya aprendido a caminar, caminaré de nuevo. Paso a paso, poco a poco, con fuerza y diciéndome "arriba". Porque, estés donde estés, te lo mereces. Porque, como padre, eres el mejor. Porque quizás aún soy pequeña para entender.
Tal día como hoy, un mes atrás, me desperté y ya no estabas. Fueron los dos peores días de mi vida y no los olvidaré. Y, sin embargo, tengo que pensar en ti con una sonrisa, porque es para ti, y es el único y el mejor regalo que puedo darte. Por tu cumpleaños, que es el 3 de Diciembre. Una sonrisa y la promesa de no olvidarme nunca de ti y tenerte siempre presente.
Porque, en realidad, no has desaparecido
Mensajes, palabras y canciones que llenan mi mente. Y un conjunto de cosas.
Mesa para tres
Sin zapatos, sin camisas. Sin la CNN+ o la Pantera Rosa. Sin la Cadena SER. Sin el humo del tabaco...
Seguimos tan desordenadas como siempre. Platos apilados sin que nadie los recoja, sin que nadie tire algo. Ordenado. Tranquilo. Inteligente y culto. Brandy sigue cogiendo las zapatillas cada vez que llegamos, Torako sigue haciéndonos tropezar, como lo hacía Salem. Mamá duerme y nadie ronca por las noches. Nuria sigue siendo Nuria, con sus series y su ordenador.
Y sin embargo, faltas tú. Con tu calendario de los Beatles. Los innumerables sudokus. Los dibujos que nos hacías cuando eramos pequeñas. Tu tacita de café y tu chupito de licor. Nuestras "peleas" por la ducha. Esos chistes malos que no podrían ser peores. Verte sentado en el bar tomando algo mientras lees el periódico. La voz de Galicia, el Faro de Vigo o el Mundo (nunca la Razón!). Tu despacho, lleno de pequeños recortes y de cosas simples y complicadas.
Te echo de menos, Papá
Seguimos tan desordenadas como siempre. Platos apilados sin que nadie los recoja, sin que nadie tire algo. Ordenado. Tranquilo. Inteligente y culto. Brandy sigue cogiendo las zapatillas cada vez que llegamos, Torako sigue haciéndonos tropezar, como lo hacía Salem. Mamá duerme y nadie ronca por las noches. Nuria sigue siendo Nuria, con sus series y su ordenador.
Y sin embargo, faltas tú. Con tu calendario de los Beatles. Los innumerables sudokus. Los dibujos que nos hacías cuando eramos pequeñas. Tu tacita de café y tu chupito de licor. Nuestras "peleas" por la ducha. Esos chistes malos que no podrían ser peores. Verte sentado en el bar tomando algo mientras lees el periódico. La voz de Galicia, el Faro de Vigo o el Mundo (nunca la Razón!). Tu despacho, lleno de pequeños recortes y de cosas simples y complicadas.
Te echo de menos, Papá
One Day, One Room
- ¿Su vida va a depender de lo que le digan en una habitación?
- ESTE momento va a depender de con quién estoy en una habitación. Eso es la vida: una serie de habitaciones, y aquellos con quien coincidimos en ellas configuran nuestras vidas.
------------------------------------
- ¿Vas a hacerle un seguimiento?
- Un día, una habitación.
Sacado del capitulo de la serie americana "Dr. House" (3x12 "One day, one room"). Es un capítulo que me hizo reflexionar en su momento... bastante interesante y que recomiendo a todo el mundo, aunque no le gusten las series de médicos... En esta no operan a nadie... ^^
- ESTE momento va a depender de con quién estoy en una habitación. Eso es la vida: una serie de habitaciones, y aquellos con quien coincidimos en ellas configuran nuestras vidas.
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- ¿Vas a hacerle un seguimiento?
- Un día, una habitación.
Sacado del capitulo de la serie americana "Dr. House" (3x12 "One day, one room"). Es un capítulo que me hizo reflexionar en su momento... bastante interesante y que recomiendo a todo el mundo, aunque no le gusten las series de médicos... En esta no operan a nadie... ^^
Lord Byron "Oscuridad"
Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación, y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
Y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados, las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros.
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa,
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
Fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
Haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
Siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
Morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia, murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una ridícula; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito "Enemigo". El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
Una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la Luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda... Ella era el universo.
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación, y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
Y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados, las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros.
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa,
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
Fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
Haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
Siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
Morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia, murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una ridícula; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito "Enemigo". El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
Una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la Luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda... Ella era el universo.
La melancolía de Haruhi
A mi el béisbol me daba igual, pero me llevé una gran sorpresa cuando llegué al estadio y me di cuenta de que estaba lleno de gente hasta donde me alcanzaba la vista. Me recordaron a un montón de granos de arroz pegados los unos a los otros. Le pregunté a mi padre cuánta gente podía haber allí dentro y él me contestó que cuando estaba completamente lleno cabían hasta 50.000 personas. Después del partido, el camino que llevaba a la estación estaba casi colapsado por el gentío. Esa imagen se me quedó grabada. Sin embargo, toda esa gente a mi alrededor apenas era parte del total de habitantes de Japón. Nada más volver a casa, cogí una calculadora para sacar el porcentaje. En clase de sociales nos habían dicho que la población de Japón era de ciento y pico millones. Si comparaba cien millones con los cincuenta mil del estado me salía un porcentaje de 2.000 a uno. Me quedé helada. En aquel mar de gente, yo era sólo una persona más, pero es que comparada con la población del país, apenas era una gota de agua en el océano. Hasta este momento, yo siempre me había considerado una persona especial. Me encantaba estar con mi familia y creía que mis compañeros de clase eran las personas más interesantes del mundo, pero me di cuenta de que no era así. Lo que ocurría en mi clase y que a mí me parecía lo mejor del mundo era lo mismo que pasaba en otras clases. Cualquier otro japonés lo habría encontrado normal.
Cuando fui consciente de la realidad, fue como si todo mi entorno se hubiera vuelto de color gris. Lavarse los dientes antes de irse a dormir, desayunar después de levantarse. Todo el mundo hacía lo mismo todos los días y me empecé a aburrir. Sin embargo, ya que había tanta gente en el mundo, por fuerza tenía que haber alguien con una vida interesante. Estaba convencida. Pero, ¿por qué no era yo esa personas? Estuve obsesionada con esa idea hasta que empecé la secundaria. Entretanto, hice un descubrimiento: nunca pasa nada divertido si te limitas a esperar sentado a que pase. Por eso decidí ser una persona distinta en secundaria. Iba a demostrar al mundo que yo no era como los demás, que no me conformaba con sentarme a esperar. Durante esos tres años, hice lo que me dio la gana, pero nunca ocurrió nada digno de mención. Antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba en bachillerato. Pensaba que al menos algo habría cambiado hasta este momento.
Cuando fui consciente de la realidad, fue como si todo mi entorno se hubiera vuelto de color gris. Lavarse los dientes antes de irse a dormir, desayunar después de levantarse. Todo el mundo hacía lo mismo todos los días y me empecé a aburrir. Sin embargo, ya que había tanta gente en el mundo, por fuerza tenía que haber alguien con una vida interesante. Estaba convencida. Pero, ¿por qué no era yo esa personas? Estuve obsesionada con esa idea hasta que empecé la secundaria. Entretanto, hice un descubrimiento: nunca pasa nada divertido si te limitas a esperar sentado a que pase. Por eso decidí ser una persona distinta en secundaria. Iba a demostrar al mundo que yo no era como los demás, que no me conformaba con sentarme a esperar. Durante esos tres años, hice lo que me dio la gana, pero nunca ocurrió nada digno de mención. Antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba en bachillerato. Pensaba que al menos algo habría cambiado hasta este momento.
Luarca... Cambaral
"Había subido desde las costas de Argel y Tingitania hasta nuestros mares cantábricos, una pequeña flota de piratas berberiscos que, con sus contínuas incursiones, tenían atemorizados a todos los pueblos de la costa desde Avilés hasta Navia.Los barcos berberiscos, más pequeños , ágiles y ligeros que los grandes barcos de la flota del rey, escapaban de contínuo de todas las persecuciones y parecía que fuera imposible detenerlos nunca.Mandaba la flota pirata un moro llamado Cambaral, famoso por la extrema crueldad que mostraba en sus asaltos y por lo ingenioso de sus ataques. Entre su pericia como capitán y las características de sus embarcaciones, ciertamente, era difícil capturar siquiera alguno de los barcos que componían la flotilla.
Cansado de las tropelías que cometían los berberiscos, el señor de la fortaleza de Luarca, también conocida como La Atalaya, decidió que ya era hora de acabar con ellas y que, dado el fracaso de la flota real, se hacía necesaria una nueva estrategia que facilitara su captura. Embarcando a sus más fuertes y aguerridos guerreros en sencillas embarcaciones de pesca, bien disimulados entre sus aparejos y artes, salieron a la mar a esperar que apareciese la flota berberisca. A pocas millas de Luarca, se pusieron a pescar con la intención de que los moros les viesen como un botín fácil y de que, confiadamente, les asaltaran.
Efectivamente, en cuanto aparecieron los barcos berberiscos y vieron las barcas de pesca, se lanzaron a su ataque.Pero cual no sería su sorpresa, en cuanto se acercaron a ellas, que vieron que de ellas salían decenas de guerreros perfectamente armados y preparados para el abordaje, y que eran las inocentes barcas las que les atacaban ellos y no al contrario, como tenían previsto. El combate fué largo y cruento, pero la sorpresa y maniobrabilidad de las barquillas, dieron toda la ventaja a los luarqueses.
Cambaral fue hecho prisionero, cargado de cadenas y conducido a la fortaleza de La Atalaya, en cuyas mazmorras lo encerraron sin curarle siquiera las heridas.
Mientras el señor de Luarca y sus aliados festejaban el triunfo y preparaban los despachos para anunciarle al rey la buena nueva, la hija del señor, una bella doncella de espíritu generoso y gran corazón, pidió permiso para curar sus heridas y se dirigió a las mazmorras.
Había poca luz allí, pero, parece, no les hizo falta alguna, pues fué verse, siquiera entre las sombras, para que surguiera entre ellos el más puro amor. A pesar de las heridas, o quizás por ellas mismas, Cambaral comenzó a sentir lo que todas su correrías le habían ocultado: que era huérfano de corazón, que sus fechorías no lo había evitado nunca y que nunca lo evitaría, que podía hallar descanso y sosiego, al fin, en este amor que se le ofrecía. La hija del señor, que nunca había sentido las punzadas del amor noble, curó las heridas casi con veneración, pero también con una congoja que la atenazaba, pues conociendo bien a su padre, sabía cual iba a ser el destino de Cambaral y, por ende, más que probablemente, el suyo.
En aquella semioscuridad se declararon su amor mutuo y se hicieron esas promesas grandilocuentes con que los amantes noveles adornan la adversidad. Pero cuando Cambaral, se recuperó de sus heridas, volvió a emerger en él su audacia y su ingenio, que tan bien le habían servido en sus correrías por todas las costas, desde Argel hasta el Cantábrico, y planificó la fuga de ambos.
Fué una huida alocada, sin posibilidades de éxito, practicamente, pero los ojos de los amantes no veían sino el momento en el que su amor podría al fin desplegarse, herirse con sus besos, consumarse en pasión. No veían otra cosa que esa determinación cuando bajaban hacia el puerto desde la fortaleza, escondiéndose en las esquinas, corriendo atropelladamente y buscando, ya en los muelles, el barco de Cambaral que, rápido y ágil como era, hacia ella misma les dirigiría.
Sin embargo, el señor de la fortaleza ya había sido avisado de la fuga y, con un destacamento de tropas, esperaba a los amantes en el puerto. Allí acabaron sus sueños y pusieron a prueba todas aquellas promesas que se habían hecho; viendo imposible la huida, Cambaral abrazó a la hija del señor de Luarca; ambos se miraron como si se estuvieran diciendo algo que no se puede decir (amor que nace a oscuras, oscuro muere); ambos se besaron como si ya nunca más se pudieran besar (ya nunca los labios volverán a soñar)...
Y así fuera que el señor de Luarca, loco de ira, incapaz de soportar aquel beso que para él era blasfemia, de un solo tajo, cortó ambas cabezas, las cuales fueron a escabullirse, en su beso final, a las frías aguas del puerto, justo donde años después se levantaría el llamado Puente del beso.
La leyenda de Cambaral ha dejado una gran huella en la villa de Luarca. El barrio de pescadores lleva su nombre y se suele distinguir dentro de él el Cambaral Alto, que es donde habría estado la fortaleza (hoy en su lugar hay un monumento, llamado, precisamente, la Mesa de Cambaral) y Cambaral Bajo, que es donde está el muelle.
Otras leyendas hacen de Cambaral un pirata normando que habría desembarcado en Luarca y que habría sido muerto en combate por un tal Teudo Rico de Villademoros.
Miguel I. Arrieta Gallastegui "Historias y leyendas de Asturias"
Cansado de las tropelías que cometían los berberiscos, el señor de la fortaleza de Luarca, también conocida como La Atalaya, decidió que ya era hora de acabar con ellas y que, dado el fracaso de la flota real, se hacía necesaria una nueva estrategia que facilitara su captura. Embarcando a sus más fuertes y aguerridos guerreros en sencillas embarcaciones de pesca, bien disimulados entre sus aparejos y artes, salieron a la mar a esperar que apareciese la flota berberisca. A pocas millas de Luarca, se pusieron a pescar con la intención de que los moros les viesen como un botín fácil y de que, confiadamente, les asaltaran.
Efectivamente, en cuanto aparecieron los barcos berberiscos y vieron las barcas de pesca, se lanzaron a su ataque.Pero cual no sería su sorpresa, en cuanto se acercaron a ellas, que vieron que de ellas salían decenas de guerreros perfectamente armados y preparados para el abordaje, y que eran las inocentes barcas las que les atacaban ellos y no al contrario, como tenían previsto. El combate fué largo y cruento, pero la sorpresa y maniobrabilidad de las barquillas, dieron toda la ventaja a los luarqueses.
Cambaral fue hecho prisionero, cargado de cadenas y conducido a la fortaleza de La Atalaya, en cuyas mazmorras lo encerraron sin curarle siquiera las heridas.
Mientras el señor de Luarca y sus aliados festejaban el triunfo y preparaban los despachos para anunciarle al rey la buena nueva, la hija del señor, una bella doncella de espíritu generoso y gran corazón, pidió permiso para curar sus heridas y se dirigió a las mazmorras.
Había poca luz allí, pero, parece, no les hizo falta alguna, pues fué verse, siquiera entre las sombras, para que surguiera entre ellos el más puro amor. A pesar de las heridas, o quizás por ellas mismas, Cambaral comenzó a sentir lo que todas su correrías le habían ocultado: que era huérfano de corazón, que sus fechorías no lo había evitado nunca y que nunca lo evitaría, que podía hallar descanso y sosiego, al fin, en este amor que se le ofrecía. La hija del señor, que nunca había sentido las punzadas del amor noble, curó las heridas casi con veneración, pero también con una congoja que la atenazaba, pues conociendo bien a su padre, sabía cual iba a ser el destino de Cambaral y, por ende, más que probablemente, el suyo.
En aquella semioscuridad se declararon su amor mutuo y se hicieron esas promesas grandilocuentes con que los amantes noveles adornan la adversidad. Pero cuando Cambaral, se recuperó de sus heridas, volvió a emerger en él su audacia y su ingenio, que tan bien le habían servido en sus correrías por todas las costas, desde Argel hasta el Cantábrico, y planificó la fuga de ambos.
Fué una huida alocada, sin posibilidades de éxito, practicamente, pero los ojos de los amantes no veían sino el momento en el que su amor podría al fin desplegarse, herirse con sus besos, consumarse en pasión. No veían otra cosa que esa determinación cuando bajaban hacia el puerto desde la fortaleza, escondiéndose en las esquinas, corriendo atropelladamente y buscando, ya en los muelles, el barco de Cambaral que, rápido y ágil como era, hacia ella misma les dirigiría.
Sin embargo, el señor de la fortaleza ya había sido avisado de la fuga y, con un destacamento de tropas, esperaba a los amantes en el puerto. Allí acabaron sus sueños y pusieron a prueba todas aquellas promesas que se habían hecho; viendo imposible la huida, Cambaral abrazó a la hija del señor de Luarca; ambos se miraron como si se estuvieran diciendo algo que no se puede decir (amor que nace a oscuras, oscuro muere); ambos se besaron como si ya nunca más se pudieran besar (ya nunca los labios volverán a soñar)...
Y así fuera que el señor de Luarca, loco de ira, incapaz de soportar aquel beso que para él era blasfemia, de un solo tajo, cortó ambas cabezas, las cuales fueron a escabullirse, en su beso final, a las frías aguas del puerto, justo donde años después se levantaría el llamado Puente del beso.
La leyenda de Cambaral ha dejado una gran huella en la villa de Luarca. El barrio de pescadores lleva su nombre y se suele distinguir dentro de él el Cambaral Alto, que es donde habría estado la fortaleza (hoy en su lugar hay un monumento, llamado, precisamente, la Mesa de Cambaral) y Cambaral Bajo, que es donde está el muelle.
Otras leyendas hacen de Cambaral un pirata normando que habría desembarcado en Luarca y que habría sido muerto en combate por un tal Teudo Rico de Villademoros.
Miguel I. Arrieta Gallastegui "Historias y leyendas de Asturias"
Avalanch - Cambaral (mejor en acústica)
De este lugar
cuentan leyendas e historias
y juran que así ocurrieron.
Siglos atrás,
las tropas del rey en sangrienta batalla
a un joven de muerte hirieron.
Y el rey con crueldad
así le encerró.
Su herida mortal
no obtuvo perdón,
y en el suelo esperó
la muerte sin ver la luz del sol.
Sin fuerzas ni voz
vio a una bella mujer
que con pena llegó hasta su celda.
La muerte burló,
su corazón ahora ciego de amor
comenzó a latir con más fuerza.
Ella, hija del rey,
él, un simple ladrón.
El destino, tan cruel,
les robó el corazón,
en aquella prisión y lejos de ver la luz del sol.
- Déjame morir en tus brazos y así
un instante tal vez podré ser feliz.
Esta vez la vida se ríe de mí
y ahora toca a su fin aunque quiera vivir,
quiero ver
tu rostro otra vez
y saber
que siempre estaré junto a ti
aunque vaya a morir.-
Dicen que ella escapó
con su joven ladrón,
pero el rey les halló,
y con furia y dolor, ante un beso de amor,
a los dos con su espada atravesó.
-Déjame morir en tus brazos y así
un instante tal vez podré ser feliz.
Esta vez la vida se ríe de mí
y ahora toca a su fin aunque quiera vivir.
-Quiero ver
tu rostro otra vez.
Ahora se
que siempre estaré junto a ti
aunque vaya a morir.-
Cuentan que
en las noches de invierno se ve
nacer una flor donde no llega el sol.
Por amor
sus almas unidas están
y se pueden amar para la eternidad.
Puede ver
su rostro otra vez,
y saber
que siempre estará junto a él,
junto a él...
El puente del Beso existe de verdad en Luarca y la leyenda es real... Nunca pensé que podría ser real, pero solo hay que informarse un poco ^^ Es más romántico que el puente Milvio en Roma!
Puente del beso en Luarca
La Fundación...
(Texto extraido de la obra de teatro "La Fundación", de Antonio Buero Vallejo)
- ¿Quieres volver a la Fundación?
- Ya sé que no era real. Pero me pregunto si el resto del mundo lo es más... También a los de fuera se les esfuma de pronto el televisor, o el vaso que querían beber, o el dinero que tenían en la mano... O un ser querido... Y siguen creyendo, sin embargo, en su confortable Fundación.... Y alguna vez, desde lejos, verán este edificio y no se dirán: es una cárcel. Dirán: parece una Fundación... Y pasarán de largo.
- Así es.
- ¿No será entonces igualmente ilusorio el presidio? Nuestros sufrimientos, nuestra condena...
- ¿Y nosotros mismos?
- Sí, incluso eso.
- Todo, dentro y fuera, como un gigantesco holograma desplegado ante nuestras conciencias, que no sabemos si son nuestras, ni lo que son. Y tú un holograma para mi, y yo, para ti, otro... ¿Algo así?
- Algo así
- Ya ves que lo he pensado
- Y si fuera cierto... ¿ a que escapar de aquí para encontrar la libertad o una prisión igualmente engañosa? La única libertad verdadera sería destruir el holograma, hallar la auténtica realidad... que está aquí también, si es que hay alguna... O en nosotros, estemos donde estemos.... y nos pase lo que nos pase.
- No
- ¿Por qué no?
- Tal vez todo sea una inmensa ilusión. Quien sabe. Pero no lograremos la verdad que esconde dándole la espalda, sino hundiéndonos en ella. Y yo sé lo que te pasa en este momento.
- ¿El que?
- No es que desprecies la evasión como otra fantasía, sino que te acobardan sus riesgos. No es desdén ante un panorama quizás ficticio, sino temor. Así no vale. Duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar. No podemos despreciar las pequeñas libertades engañosas que anhelamos, aunque nos conduzcan a otra prisión... Volveremos siempre a tu Fundación, o a la de fuera, si las menospreciamos. Y continuarán los dolores, las matanzas...
- Acaso ilusorias...
- Eso se lo tendrías que preguntar a Tulio. Aunque sea otro holograma... al que ya han destruido.
- Perdona, mi Fundación aún me tiene atrapado.
- No, tú ya has salido de ella. Y has descubierto una gran verdad, aunque todavía no sea la definitiva verdad. Yo la encontré hace años, cuando salí de una cárcel como ésta. al principio, era un puro deleite: deambular sin trabas, beberme el sol, leer, disfrutar, engendrar un hijo... Pronto noté que estaba en otra prisión. Cuando has estado en la cárcel, acabas por comprender que, vayas donde vayas, estás en la cárcel. Tú lo has comprendido sin llegar a escapar.
- Entonces...
- ¡Entonces hay que salir a otra cárcel! ¡Y cuando estés en ella, salir a otra, y de ésta, a otra! La verdad te espera en todas ellas, no en la inacción. Te esperaba aquí, pero sólo te esforzabas por ver la mentira de la Fundación que imaginaste. Y te espera en el esfuerzo de ese oscuro túnel del sótano... En el holograma de esa evasión.
- Me avergüenzo de haber delirado tan mal.
- Estabas asustado... Te inventaste un mundo de color de rosa. No creas que es demasiado absurdo... Estos presidios de metal y rejas también mejorarán. Sus celdas tendrán un día televisor, frigorífico, libros, música ambiental... A sus inquilinos les parecerá la libertad misma. Habrá que ser entonces muy inteligente para no olvidar que se es un prisionero.
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